EL CONOCIMIENTO DE JESUCRISTO; EL MEJOR CONOCIMIENTO

01.12.2013 23:23

EL CONOCIMIENTO DE JESUCRISTO; EL MEJOR CONOCIMIENTO
(Sermón)

Por George Whitefield

 

Las personas a quienes les fueron escritas estas palabras, eran los miembros de la iglesia en Corinto; quienes, al parecer por el correr del capítulo, estaban no solo divididos en distintas sectas, por unos que decían “yo soy de Pablo, y otros, yo soy de Apolos”, sino que también tenían hombres entre ellos, quienes estaban tan llenos de sabiduría mundana, y eran tan sabios a sus propios ojos, que menospreciaban la simpleza del evangelio, y consideraban una tontera las predicas del Apóstol.

 

Nunca tuvo el apóstol mayor necesidad de la astucia de la serpiente y la mansedumbre de la paloma, que en este momento. ¡Y cuanto es la suma de toda su sabiduría! Les dijo, en términos del texto; “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1ªCor. 2:2)

Una resolución digna del apóstol San Pablo; y no menos digna ni menos necesaria para cada ministro, y discípulo de Cristo, para realizarla todos los días y hasta el fin del mundo.

En el siguiente discurso expondré:

 

1) Primero. Que significa “no saber nada sino a Jesucristo, y a éste crucificado”

2) Segundo. Dar algunas razones del porqué cada cristiano debe determinarse a no saber otra cosa. Y,

3) Tercero. Concluir con una exhortación general para llevar éstas determinaciones a la práctica.

1) En primer lugar, voy a explicar que significa “no saber nada sino a Jesucristo, y a éste crucificado”
Por Jesucristo, entendemos al eterno Hijo de Dios. Es llamado Jesús, el Salvador, porque vino a salvarnos de la culpa y del poder de nuestros pecados; y, como Josué, por quien fue notablemente tipificado, a guiar al Israel espiritual de Dios a través del desierto de este mundo, hacia la Canaán celestial, la herencia prometida de los hijos de Dios.


Es llamado Cristo, que significa El Ungido, porque fue ungido por el Espíritu de Dios en el bautismo, para ser un profeta que instruya, un sacerdote para expiación, y un rey para gobernar y proteger a su Iglesia. Y fue crucificado, o colgado (¡Oh magnífico amor!), hasta que murió en aquella cruz, para llegar a hacerse maldición por nosotros: porque escrito está “maldito todo aquel que es colgado en un madero”.


El fundamento, o la primera causa de su sufrimiento, fue nuestra caída en Adán; en quien, conforme declara la viva palabra de Dios, “todos morimos”; su pecado nos fue imputado a todos nosotros. Agradó a Dios, luego de haber hablado del mundo a la existencia, crear al hombre a su divina imagen, para soplar en él aliento de vida, y ponerlo como nuestro representante en el jardín del Edén.


Sin embrago, dejado a su libre albedrío, comió del fruto prohibido, a pesar de que Dios le había dicho “el día que comieres de ese árbol, ciertamente morirás”; y de modo que, con toda su descendencia, en cuyo nombre actuó, se convirtió en responsable por la ira de Dios, y se hundió en la muerte espiritual.


¡Pero he aquí la bondad, así como la severidad de Dios! Porque ni bien había sido el hombre condenado como pecador, un Salvador le es revelado, bajo el carácter de la semilla (simiente) de la mujer: los méritos de cuyo sacrificio pasaron inmediatamente a tener lugar, y quien debió, en la plenitud del tiempo, al sufrir la muerte, suplir por la culpa que habíamos contraído. Mediante la obediencia de la ley moral, hizo para nosotros una justicia perfecta; y al volverse el principio de la nueva vida en nosotros, destruyo el poder del diablo, y por consiguiente puede restaurarnos y llevarnos hacia un mejor estado del que fuimos creados.


Este es el claro relato de las escrituras, de aquel piadoso misterio, Dios manifiesto en la carne; y asimismo en nuestros corazones.A no ser que estén segados por el dios de este siglo (de este mundo), no pueden sino producir un asentimiento inmediato.


Indaguemos en nuestros propios corazones, y preguntémonos, ¿si pudiéramos crear a nuestros propios hijos, no lo haríamos acaso con una menor mezcla del bien y del mal de la que hayamos en nosotros mismos? Suponiendo que Dios solo muestra bondad, no podría, en primera instancia, hacernos tan pecaminosos, tan corrompidos como estamos.Pero suponiendo que Él es como en verdad es, infinitamente bueno, o la bondad misma, le es entonces absolutamente imposible hacer cualquier cosa que no sea a su imagen, perfecto, entero, sin carencia de nada. El hombre, entonces, no pudo haber salido de las manos de su Creador tan miserablemente ciego y desventurado, con tal mezcla de bestia y de diablo, como se haya ahora en sí mismo, sino que debe de haber caído de lo que en realidad era. Y ya que (los hombres) no se ajustan a la bondad y justicia de Dios, traen el castigo a toda la raza humana con estos trastornos más que por nada; y desde que los hombres trajeron consigo este trastorno al mundo; se sigue en que, así como todavía siendo incapaces de pecar por sí mismos, aun no habiendo nacido, el pecado de otro hombre tuvo que haberles sido imputado; de donde, como de una fuente, todas estos males fluyen.

 

Sé que esta doctrina de nuestro pecado original, o la caída en Adán, es tenida como basura por los sabios disputadores de este siglo, quienes responderán a la misma, ¿Cómo ha de encajar la bondad de Dios al imputar los pecados de un hombre a otro posterior e inocente? ¿Pero acaso no han habido pruebas que demuestran que en verdad esto es así? Y por consiguiente, suponiendo que no podemos reconciliarlo con nuestras comprensiones superfluas, no es un argumento en lo absoluto: pues si parece que Dios ha hecho algo, podemos estar seguros de que está bien, ya sea que podamos comprender las razones o no.

 

Pero esto es enteramente aclarado con lo dicho con anterioridad, que ni bien el pecado había sido imputado, Cristo fue revelado; y este es Cristo, este es Dios encarnado, quien fue concebido por el Espíritu Santo, para que pudiera estar libre de la culpabilidad de nuestro pecado original (de origen); nacido de la virgen María, para que pueda ser de la simiente de la mujer únicamente; quien sufrió (Jesús) bajo Poncio Pilato, un gobernador del pueblo gentil, para completar las profecías, las cuales declaraban acerca de la muerte que habría de padecer. Este mismo Jesús, quien fue crucificado en debilidad, más resucitado en poder, es aquella persona divina, Emanuel, Dios con nosotros, a quien predicamos, en quien creéis, y a quién el Apóstol, en el texto, se determinó a saber (conocer) únicamente.


Por lo que la letra cuenta, no hemos de comprender aquí más que un mero hecho histórico. Para saber que Cristo fue crucificado por sus enemigos en Jerusalén, de este modo, eso no nos haría más provecho que saber que Cesar fue masacrado por sus amigos en Roma. Pero por lo que de la obra se sabe, significa conocer (conocerlo), a fin de aprobar de Él; como cuando Cristo dice: “De cierto os digo que no os conozco”. Dice no os conozco, con el fin de probarlo a usted. Significa conocerlo a Él, así como aferrarse a Él en todos sus oficios, para que sea nuestro profeta, sacerdote, y rey; así como entregarnos a nosotros mismos por completo para ser instruidos, salvados, y gobernados por Él. Esto implica un conocimiento experimental de su crucifixión, hasta sentir su poder, y estar crucificado para este mundo, como el Apóstol explica de sí mismo en la epístola a los Filipenses, donde dice: “tengo todo por basura y escoria, a fin de conocerle a Él, y al poder de su resurrección” (Fil.3:8,10).


El Apóstol se hallaba tan absorbido por este conocimiento, que se determinó a no saber nada más; decidió convertirlo en su único tema de estudio, en el principio gobernante de su vida, el principio y final en el cual todos sus pensamientos, palabras, y acciones, debían centrarse.

 

2) En segundo lugar, pasaré a dar unas razones de porque cada cristiano, como el Apóstol, debería proponerse “no saber nada sino a Jesucristo, y a éste crucificado”

Primero, sin esto, no seremos aceptos ante los ojos de Dios. “Esto (y consecuentemente esto solo) es vida eterna, conocerlo a Él, al único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien ha enviado”. Como también dice S.Pedro; “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos, sino el de Jesucristo”.


Algunos, de hecho, se complacen con la sabiduría de este mundo, otros alaban el conocimiento de un gran número de idiomas; más podríamos hablar lenguas de hombres y angelicales, o conocer el número de las estrellas, e incluso llamarlas a todas por su nombre; pero sin el conocimiento experimental de Jesucristo, y éste crucificado, todo eso no nos serviría de nada.


Lo primero, sin duda, puede darnos un poco de honor, del honor que viene de los hombres; pero solo este último conocimiento puede hacernos aceptos a los ojos de Dios. Si somos ignorantes de Cristo, Dios será fuego consumidor para nosotros.

 

“Cristo es el camino, la verdad y la vida, y nadie viene al Padre sino es por Él”, “Él es el cordero que fue inmolado desde antes de la fundación del mundo” y nadie jamás fue, ni nunca nadie será recibido arriba en la gloria, sino por la aplicación experimental de los méritos de Cristo en sus corazones.


También podríamos pensar en reconstruir la torre de Babel, o tratar de alcanzar el cielo con nuestras manos, así como imaginar que podríamos entrar por cualquier otra puerta, fuera del conocimiento de Cristo Jesús. Otros conocimientos pueden hacerte sabio ante tus propios ojos y dejarte bien henchido; pero solo el conocimiento de Cristo edifica y hace sabios para salvación.


En tanto que el cristiano más humilde sepa esto, a pesar de no saber nada más, será acepto; así también, el más grande maestro en Israel, el enseñador más letrado, sin esto, será rechazado. Su filosofía será un mero sin sentido, su sabiduría, pura necedad ante los ojos de Dios.


El escritor de la carta que nos ocupa (Pablo), fue un notable ejemplo de esto; tal vez nunca fue un gran estudioso en lo que el mundo llama un buen aprendizaje, pero de él se dice: por cuanto fue instruido a los pies de Gamaliel, y se benefició en el conocimiento de los libros, así también como en el de la religión judía, y al parecer, por encima de muchos semejantes, en el lenguaje, en la retórica y en el espíritu de sus escritos; y aun así, cuando vino a saber lo que significaba ser un cristiano, “tuvo todo como perdida para poder ganar a Cristo”. Y sin embrago, ahora estaba en Corinto, aquel ponderable trono de aprendizaje, de todas formas, él estaba determinado a no saber nada más, o a hacer nada de todos sus estudios, excepto de aquel que le enseñó a conocer a Jesucristo, y a éste crucificado.

 

Por consiguiente, se muestra aquí el disparate de aquellos que gastan toda su vida en amontonar otros conocimientos; y en lugar de escudriñar en las Escrituras, las cuales dan testimonio de Jesucristo, y son las únicas capaces de hacerlos sabios en la salvación, se afanan tras el conocimiento de otras cosas, cuando, como se sabe, no les concierne más que en saber que a un pájaro se le cayó una pluma sobre una de las montañas Pyrenean.


Así es que muchos que se profesan sabios a sí mismos, porque pueden disputar sobre las causas y efectos, sobre la idoneidad moral e inaptitud de las cosas, parecen meros tontos en las cosas de Dios. De modo que cuando hables con ellos acerca de la gran obra redentora hecha en nuestro favor por medio (los méritos) de Jesucristo, y de su ser como propiciación por nuestros pecados, cumplidor de la ley (las obras), y como el principio de vida en nuestras almas, serán bastante ignorantes al respecto; y esto demuestra, con todos sus conocimientos, que aún no saben nada como deberían de saber.

 

¡Pero ay! Cuanto debe de sorprender aun hombre, cuando el Altísimo está por arrebatar su alma, pensar que ha pasado por un hombre sabio, y un aprendido disputador en este siglo, y sin embargo se quedara desprovisto del conocimiento con el cual únicamente puede presentarse con denuedo ante el tribunal de Cristo. Cuanto debe de afligirle, en un estado futuro, al ver a otros, que el despreciaba como a analfabetos, exaltados a la diestra de Dios, porque conocían experimentalmente a Jesucristo, y a éste crucificado. Y él mismo, con todos sus finos logros, porque sabía cada cosa, excepto Cristo, es echado al infierno.

 

Bien podría el Apóstol, en un santo triunfo, clamar: “¿A dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba?, ¿dónde está el disputador de este siglo?” Ya que Dios enloqueció la sabiduría de este siglo, e hizo nada de la sabiduría de aquellos que eran sabios en sus propios ojos.

 

He hecho esta desviación del tema principal, no para condenar ni censurar la literatura humana, sino para mostrar, que debería ser usada bajo la subordinación divina; y como cristianos, si el Espíritu Santo guió la pluma del Apóstol, cuando escribió esta epístola, no debemos estudiar ningún libro, a menos que nos guíen a un conocimiento más profundo de Jesucristo, y éste crucificado.


Y no hay más razones para esto, dado el gran daño que la práctica contraria ha causado a la Iglesia de Dios. ¿Pero para que sirvió este conocimiento, o más bien esta ignorancia, sino para mantener a muchos escribas y fariseos lejos del conocimiento salvífico de Jesucristo? ¿Y que es, sino sabiduría humana, esa ciencia, falsamente llamada, que ciega el entendimiento, y corrompe los corazones de tantos incrédulos, dejándolos reacios a someterse a la justicia, la cual es de Dios mediante la fe en Jesucristo?

Segundo, sin este conocimiento, tanto nuestros actos, como nuestras mismas personas, no serán aceptas ante los ojos de Dios.


“Por medio de la fe”, dijo el Apóstol, es decir, a través de una fe viva en el Mediador para llegar, “Abel ofreció más excelente sacrificio que Caín”. Y esto es a través de la fe, o un conocimiento experimental del mismo Mediador divino, que nuestros sacrificios de oración, alabanzas, y acciones de gracias suben como incienso ante el trono de gracia.

 

Puede que dos personas vayan al templo a orar; pero solo uno volvió justificado, aquel que sinceramente elevó sus oraciones a través de nuestro Señor Jesucristo.


Para esto es esta gran expiación, este sacrificio todo suficiente, el cual, de manera única (como ningún otro), puede darnos la confianza para acercarnos con nuestras oraciones al Santo de los santos: y el que se atreva a ir sin esto, comete nuevamente el crimen de Coré; ofrece a Dios fuego extraño, y en consecuencia, será rechazado por Él.

 

Además, sin este conocimiento de Jesucristo, tanto nuestra devoción a Dios, como nuestros actos de caridad hacia los hombres, no serán aceptos a Dios. Aunque diéramos todos nuestros bienes para alimentar a los pobres, más aún permanezcamos destituidos de este conocimiento, no nos aprovechará para nada.
Nuestro bendito Señor mismo da a entender esto en el capítulo 25 de Mateo, donde les dice a aquellos quienes habían abundado en buenas obras que, “en la medida en que lo hicieron a uno de sus hermanos más pequeños, a Él lo hicieron”. De donde podemos deducir claramente, que se trata de ver a Cristo en sus miembros, y hacerles el bien a través de un conocimiento experimental (práctico) de Su amor para con nosotros, como lo único que hará que nuestras limosnas sean recompensadas en el día final.

 

Por último, ni nuestros actos de piedad, ni de caridad, ni tampoco nuestras acciones civiles y morales, serán aceptas a Dios sin este conocimiento experimental (práctico) de Jesucristo.
Nuestros modernos pretendientes a la razón, definitivamente, establecen otro principio en base al cual actuar; hablan, y no sé qué, de cumplir con los deberes civiles y morales de la vida, de la idoneidad moral e inaptitud de las cosas. Pero tales hombres están ciegos, sin embargo, pretenden poder ver; y por lo tanto pretenden establecer sus propias justicias, y son totalmente ignorantes de la justicia que es de Dios por la fe en Jesucristo.


Pues aunque, asentimos en que la moralidad es una parte substancial de la cristiandad, y que Cristo no vino a destruir, o a quitar la ley moral, como regla de acción, sino a explicarla, y por consiguiente, cumplirla (completarla). Sin embargo afirmamos que nuestras obras morales y civiles son ahora aceptas por Dios Padre, por cuanto proceden del principio de una nueva criatura, y como conocimiento práctico de, o fe viva en su amado Hijo.

 

La muerte de Jesucristo ha transformado por completo nuestras vidas en un continuo sacrificio; y ya sea que comamos, bebamos, o sea que oremos a Dios, o cualquier cosa que hagamos para los hombres, debe ser todo nacido de un amor y conocimiento por Él, quien murió y resucitó, para hacer todas las cosas, incluso nuestras obras más simples, aceptables a los ojos de Dios.

 

Si vivimos por este principio, si Cristo es el alfa y el omega de todas nuestras acciones, entonces lo más insignificante de nosotros, será un sacrificio agradable. Pero si este principio falta, nuestros mejores servicios no nos aprovecharan de nada: no seremos más que idólatras espirituales; ofrecemos sacrificios para nosotros mismos, haremos un ídolo de nosotros mismos, siendo nosotros, y no Cristo, el fin de nuestras acciones: y por consiguiente, tales acciones están tan lejos de ser agradables a Dios, que, de acuerdo al lenguaje de uno de los artículos de nuestra iglesia, “No dudamos de que tienen la naturaleza del pecado, porque no son nacidos de una fe práctica (experimental) en,  y del conocimiento de Jesucristo.”

 

Si no fuéramos criaturas caídas, podríamos quizás actuar desde otros principios; Pero desde que caímos (nos hemos separado) de Dios en Adán, y somos restaurados sólo por la obediencia y la muerte de Jesucristo, todas las cosas cambiaron por completo, y todo lo que pensamos, decimos, o hacemos, solo es acepto en Él, y a través de Él.

 

Justamente, por consiguiente, permítanme que, en el tercer y último punto, os exhorte a poner en práctica la resolución tomada aquí por el Apóstol, y rogarles, junto con él, a que se determinen a, “no saber nada, sino a Jesucristo, y a éste crucificado.”

 

Digo, determinar; porque, al menos que primero se siente, y estime los costos,desde una sólida convicción de quela excelencia de esto es por sobre cualquier otro conocimiento, sea cual sea, y se resuelvan a hacer de esto su principal punto de estudio, su único fin, y su única cosa necesaria, cada frívola tentación tratará de desviarlos de semejante búsqueda.


Sus amigos y conocidos carnales, y, sobre todo, su gran adversario el diablo, tratarán de persuadirle a que se determine a no saber nada, sino solo a cómo atesorar los bienes por varios años, e instarloa que pruebe y obtenga un conocimiento en la vanidad de vanidades de este mundo perverso. Más tu determínate a no seguir, o a no dejarte guiar por ellos; y cuanto más quieran persuadirte de seguir otras cosas, entonces más determínate tú a no saber nada, sino a Jesucristo, y a éste crucificado.”

 

Pues, este conocimiento nunca deja de ser.Ya sea que tengamos riquezas, fallarán; ya sea lo que tengamos lo más espléndido, cesará; ya sea que sean vanidades, se desvanecerán: pero el conocimiento de Jesucristo, y éste crucificado, permanece para siempre.

 

Así que, puede que ignore cualquier cosa, pero no sea ignorante en cuanto a esto. Si usted conoce a Cristo, y a éste crucificado, suponiendo que no sabe otra cosa, sabe lo suficiente para ser feliz; y sin esto, todos tus otros conocimientos no podrán salvarte de ser un miserable (desdichado) por la eternidad.

 

Tenga en poco el desprecio de sus amigos, el cual ha de venir a causa de su confesión abierta a regirse por esta determinación (la de no saber nada sino a Jesucristo, y a éste crucificado). Ya el Maestro fue despreciado antes que tú; y todos quienes se propongan no saber ninguna otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado, deben, en mayor o menor medida, sufrir persecución.
Es necesario que vengan las ofensas, para probar que es lo que hay en nuestros corazones, y si vamos a ser fieles soldados de Cristo o no.

 

¿Te atreverás entonces a confesar a nuestro bendito Maestro delante de los hombres, y a ser luz en el mundo, en medio de una generación maligna y perversa? No nos dejemos conformar con seguirle de lejos; porque entonces le negaremos enseguida, como lo hizo Pedro. Pero seamos cristianos por completo, y permitan que nuestras predicas, y todas nuestras acciones declaren al mundo de quien somos discípulos, y que en verdad estamos “determinados a no saber nada sino a Jesucristo, y a éste crucificado.”

 

Entonces, seremos felices, inefablemente felices, aun aquí, así será con nosotros. Y lo que es infinitamente mejor, cuando otros que nos despreciaban estén llamando a las montañas para que se derrumben sobre ellos, y a las colinas para que los cubran, nosotros seremos exaltados para sentarnos a la diestra de Dios, y brillar como el sol en el firmamento, en el reino de nuestro adorable Redentor, por los siglos de los siglos.

 

Dios nos conceda de su infinita misericordia.

 

Fin.

 

Notas finales:

 

Traducido del original en inglés: “The Knowledge of Jesus Christ the Best Knowledge”, sermon nro 45 del libro digital “Selected sermons of George Whitefield”.

Agradecemos la traducción realizada a : Mariano Leiras.