¿Cómo pueden los cristianos encontrar gracia fresca para renovar sus vidas espirituales?
CAPITULO 16 del libro La Gloria De Cristo de John Owen
Los ríos se hacen más anchos y profundos cuando se acercan al mar; así la gracia debería fluir más plena y libremente en los creyentes cuando se acercan al cielo. Mientras que se acercan a la eternidad, los creyentes anhelan que sus decaimientos sean sanados y sus fallas erdonadas. Desean una actividad fresca de la gracia divina para hacerles más fructíferos y santos, la cual resultará en alabanza a Dios y en el incremento de su propia paz y gozo. Quieren asegurarse de que, aunque "nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día" (2 Cor.4:16). La gloria de los reyes está en la riqueza y la paz de sus súbditos, y así también la gloria de Cristo está en la gracia y santidad de sus súbditos. En el Salmo 92:12-15 el salmista dice: "El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aún en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia".
La palmera es muy hermosa y fructífera, y el cedro tiene una vida más larga que todo árbol. Por lo tanto, los justos son comparados a estos árboles pero debido a su descuido pecaminoso, muchos creyentes son más semejantes a las zarzas en el desierto. A menos que estemos plantados en la casa del Señor, no podemos florecer. No nos engañemos a nosotros mismos. Podemos ser miembros de una Iglesia, pero a menos que estemos arraigados y sobreedificados en Cristo Jesús, no floreceremos en gracia ni seremos fructíferos (Col.2:7). Cuando los creyentes viven en Cristo, reciben un suministro continuo y alimento espiritual que les mantiene sanos y fuertes. Los frutos de la obediencia santa se manifiestan en ellos. Esto hace que sus vidas sean atractivas a los demás.
Nota del traductor: Este fue el último libro escrito por Juan Owen quien falleció en 1683. Este libro estaba siendo impreso cuando él murió. Los capítulos 15 y 16 no fueron incluidos en la primera edición del libro. Estos dos capítulos fueron descubiertos hasta después de la primera impresión. Entonces, en este pasaje el autor se refiere a la vejez debido a que ya se estaba acercando a la muerte.
Bendito sea Dios por la buena palabra de su gracia, la cual nos anima cuando sentimos el enfriamiento y las tentaciones de la vejez. Ahora, quiero terminar con los siguientes cuatro puntos:
1. La naturaleza de la vida espiritual es que normalmente esté creciendo e incrementándose hasta el fin. Hay una fe temporal la cual se seca y se desvanece. Esta fe fue descrita por el Señor Jesucristo cuando dijo: "El que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino antes es temporal" (Mat.l3:20-21). La verdadera fe, sin embargo, es descrita en Proverbios 4:18: "Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto". La luz de la mañana se ve muy parecida a la luz del atardecer. La diferencia es que la luz de la mañana sigue creciendo hasta que llega al clímax, mientras que la luz del atardecer se obscurece paulatinamente hasta desaparecer. Entonces, hay una diferencia entre el creyente verdadero y aquel que no tiene la vida espiritual en él.
Donde existe la gracia salvadora seguirá creciendo hasta el fin.
En ocasiones, puede haber periodos cuando el alma parece retroceder en lugar de ir hacia adelante. Entonces, la gracia de Dios no le dejará descansar, hasta que se recupere y vuelva a crecer otra vez. Aquellos que no son creyentes verdaderos se engañan a sí mismos y no hacen ningún esfuerzo para recuperarse de la ruina eterna que les queda por delante. A veces, un creyente verdadero se encuentra rodeado por la obscuridad y en problemas debido a las tentaciones de Satanás. Pero la gracia de Dios que ha recibido, como la luz de la mañana, continúa incrementándose a pesar de las nubes y las sombras.
La vida espiritual es también como agua viva, un pozo perpetuo de agua que salta para vida eterna (vea Jn.4:10-14). Un lago por grande que fuera, puede quedar sin agua en tiempo de sequía. Así también la vida de muchos que se identifican como creyentes, se seca cuando sobrevienen los problemas y las tentaciones. Pero la vida espiritual de un creyente verdadero nunca puede fallar porque salta continuamente.
Las promesas de Dios fueron el medio por el cual creímos al principio. Es también por estas promesas preciosas que la naturaleza divina se mantiene viva en nosotros (vea 2Pe.l:4).
Echemos un vistazo a una sola promesa: "Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida. Mi Espíritu derramaré sobre tu generación y mi bendición sobre tus renuevos; y brotarán entre hierba como sauces junto a las riberas de las aguas" (Isa.44:3-4). Esto no es sólo una promesa para los judíos sino también para la Iglesia de Cristo Jesús. En nosotros mismos somos una tierra árida y sedienta que no lleva fruto. Pero entonces, Dios derrama el agua de su Espíritu y la bendición de su gracia, y crecemos bajo la influencia de las promesas como el árbol junto a la ribera de las aguas.
En la conversión, la gracia que Dios da a su pueblo escogido bajo el Nuevo Pacto es absolutamente gratuita e incondicional.
Pero hay condiciones relacionadas con las promesas por las cuales los creyentes crecen en la gracia. Se exige de nosotros una cuidadosa obediencia al evangelio a fin de que seamos espiritualmente fructíferos (vea 2 Pe.l:4-10). La diferencia principal entre la gloria y la belleza de la Iglesia manifestada en las promesas del evangelio y la vida de la Iglesia manifestada en los creyentes profesantes es que ellos no cumplen estas condiciones.
Dios ha provisto alimento para nuestra vida espiritual a fin de que crezcamos y seamos fuertes. Este alimento es la Palabra de Dios (vea 1 Pe.2:2-3). Si no tomamos nuestro alimento diariamente, nos volveremos débiles e inútiles. Entonces, debemos valorar y alimentarnos de la buena Palabra de la gracia divina, la cual nos puede mantener sanos y creciendo espiritualmente aún en la vejez.
2. Los creyentes están sujetos a la tentación de cansarse en su vida espiritual. Pero un creyente verdadero siempre sabrá cuando está sufriendo de alguna enfermedad espiritual y anhelará recuperarse lo más pronto posible. Es la triste experiencia de todos los creyentes de todas las Iglesias del mundo que un debilitamiento de la vida espiritual ocasiona la pérdida de su primer amor, fe y obras. Esta fue la verdad respecto a las Iglesias de Asia Menor a quienes Cristo escribió las cartas de Apocalipsis 2 y 3.
Hay también tentaciones repentinas las cuales traen grandes angustias espirituales. David se refiere a una ocasión semejante en el Salmo 38. El sintió que se había apartado de Dios y había continuado neciamente en ese estado pecaminoso en lugar de buscar misericordia. Tenía una consciencia continua de la desaprobación divina y anhelaba ser librado de esa miserable condición. Pudiera ser que nosotros no cayéramos tan bajo como David, pero conforme al grado de nuestro pecado, nuestro corazón conocerá su propia amargura (vea Prov.l4:10). Muchas cosas pueden ocasionar la pérdida paulatina del poder y la vida espiritual. Podemos acostumbrarnos tanto a la rutina de la adoración pública y a nuestras devociones privadas que empiecen a perder su significado para nosotros. También podemos llegar a estar tan ocupados con los asuntos y los placeres de esta vida, que no mortifiquemos los pecados que nos son naturalmente atractivos.
3. Muchos que se identifican como cristianos ya no disfrutan la vida y las bendiciones que resultan de creer en las promesas de Dios. Ellos necesitan ser despertados para que sean conscientes de su enfermedad y busquen ser curados. Muchos creyentes han cedido ante la pereza, la negligencia o alguna otra tentación. David experimentó esto y expresó su gozo de ser restaurado en el Salmo 103:1-5.Dios nos ha dado grandes advertencias del peligro de volvernos descuidados y negligentes espiritualmente y nos ha hecho grandes promesas para que busquemos ser restaurados. Si usted no sabe nada acerca de estas experiencias, pudiera ser que su alma nunca haya estado en una condición sana y fuerte.
Alguien que ha estado débil y enfermo toda su vida no sabe lo que es ser fuerte y sano. Hay algunos que viven en toda clase de pecados. Si usted les habla acerca de su conducta pecaminosa y su necesidad de ser restaurados, le tratarán como hicieron con Lot sus yernos, "Mas parecía a sus yernos como que se burlaba" (Gen.l9:14). Tales personas deberían preguntarse a sí mismas si realmente han conocido algo de la gracia de Dios. O pudiera ser que usted esté dormido con un sentido falso de su propia seguridad. Entonces usted es como la Iglesia de Laodicea la cual dijo que no necesitaba ninguna cosa y no sabía que era "un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Apo.3:17). Como Efraím, usted ya tiene canas y está en una condición mortal, pero usted "no se vuelve a Dios, ni lo busca con todo esto" (Os.7:9-10). Usted es como aquellos personas que Cristo llamó "los sanos" quienes supuestamente "no tienen necesidad de médico". Pero Cristo "no vino a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento" (Mar.2:17). ¿Se podría decir de nosotros que nos hemos cansado de Dios como ocurrió con muchos de su antiguo pueblo? "No me invocaste a mí, oh Jacob, sino que de mí te cansaste, oh Israel." (Isa.43:22) A menudo hay fallas en mantener regularmente la oración familiar y muy poco deseo de asistir a la adoración divina. Pero aún cuando tales deberes se lleven a cabo fielmente, existe un cansancio mediante el cual nos acercamos a Dios sólo de labios, pero nuestros corazones permanecen lejos de El (Mat.l5:8). Tenemos una gran necesidad de velar y orar.
Miles de cosas en los quehaceres ordinarios de la vida resultan en un cansancio natural que nos impide avivar la gracia que Dios nos ha dado. Y cualquier pecado del cual no nos hemos arrepentido tendrá un efecto especial para convertir la adoración en una pesada carga.
Las cosas que traen más gloria a Dios son la humildad, una tristeza real por el pecado, una voluntad dispuesta y un deleite en los caminos de Dios, el amor y la auto negación. ¿Estamos siendo fructíferos en estas cosas? (Vea 2 Pe.l:8). Podemos examinarnos a nosotros mismos en la siguiente manera:
I. ¿Tenemos un buen apetito espiritual para la Palabra de Dios y una experiencia continua de su gracia? Algunas personas escuchan la predicación simplemente para confirmar sus propias ideas, otros acuden para juzgar al predicador. Sólo unos cuantos se preparan a sí mismos para recibir en sus corazones la Palabra de Dios. Mientras que envejecemos, vamos perdiendo poco a poco nuestro gusto natural por la comida. Nos parece que ya no tiene el mismo sabor que tenía cuando éramos más jóvenes. Pero el cambio no está en la comida sino en nosotros.
Así es con la Palabra de Dios la cual el salmista dice que es más dulce que la miel que destila del panal (Sal.l9:10). Si tuviésemos hambre, encontraríamos dulzura en la Palabra de Dios aún cuando nos reprenda fuertemente.
II. ¿Hacemos que la religión sea el asunto principal de nuestras vidas? Con muchos de nosotros, todas las demás cosas están colocadas por encima de la única cosa necesaria, es decir, nuestro bienestar espiritual. Si estamos continuamente ocupados con los asuntos del mundo y si apenas apartamos un poco de tiempo de vez en cuando para considerar las realidades espirituales, entonces es una fuerte evidencia de que nuestra vida espiritual se está debilitando. Cuando esto sucede, no amamos a los demás creyentes como debiéramos y no estamos dispuestos a responder a los llamamientos de Dios para arrepentimos y enderezar nuestros caminos.
4. Hay un camino para volver a ser fuertes y fructíferos espiritualmente.
I. Nadie está sin esperanza aún si ha caído muy bajo, pero debemos usar los medios correctos para recuperarnos. Los árboles que se han hecho viejos o infructuosos reciben nueva vida por medio de cavar alrededor de ellos y abonarlos; no son quitados y plantados en otra parte. Algunos profesantes se vuelven hacia las religiones falsas en busca de ayuda, pero terminan secándose y muriendo como apóstatas. Si hubieran buscado los medios correctos para su sanidad, quizás hubieran vivido.
II. Los actos pecaminosos tienen que ser mortificados y las enseñanzas de Cristo obedecidas cuidadosamente. Por supuesto, no debemos caer en el error de los fariseos. No debemos pensar que por medio de ayunos y vanas repeticiones de oraciones seremos aceptables a Dios. Debemos redoblar nuestros esfuerzos para matar el pecado. También es absolutamente necesario leer las Escrituras regularmente, escuchar la Palabra predicada, así como velar y orar contra la tentación. De esta manera nuestra mente y nuestros afectos serán ocupados con pensamientos espirituales y celestiales. Sin embargo, todas estas cosas no pueden ser hechas con nuestras propias fuerzas. No somos "competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios" (2 Cor.3:5). Por medio de la fe, debemos obtener la ayuda de Cristo en cualquier esfuerzo que tratemos de hacer. Sin fe nuestros esfuerzos serán inútiles y rechazados por Dios.
III. La restauración de los creyentes que han perdido su fuerza y su salud espiritual es un acto de la gracia soberana, una obra del Dios omnipotente cuya gracia y amor nadie puede resistir.
Dios ha dado grandes y preciosas promesas las cuales debemos usar para ser restaurados. Veamos algunas de esas promesas en Oseas 14: Vers. 1 "Vuelve, oh Israel, a ]ehová tu Dios; porque por tu pecado has caído". El verdadero Israel de Dios, su pueblo escogido fue afectado por los pecados de toda la nación.
Anteriormente, Oseas había pronunciado temibles juicios contra la nación por su gran iniquidad. Pero nada puede impedir que el poder omnipotente de Dios haga por su gracia lo que El quiere hacer con su pueblo. Dios era todavía el Dios de ellos; aunque habían caído, fueron invitados tiernamente a volverse a El.
Vers. 2 "Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová y decidle: quita toda iniquidad y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios". Dios por boca de su profeta, enseña a su pueblo cómo deberían orar, "quita toda iniquidad". Ningún pecado debía ser omitido. Cuando el perdón de todo pecado haya sido obtenido, el pueblo empezará nuevamente a sentir el amor de Dios. Habrá un anhelo para conocer que Dios les ha aceptado libremente y que ya no están bajo su desagrado.
Vers. 3 "No nos librará el asirio; no montaremos en caballos, ni nunca más diremos a la obra de nuestras manos: Dioses nuestros; porque en tí el huérfano alcanzará misericordia". Dios espera una confesión completa y voluntaria de los dos grandes pecados que arruinaron a su pueblo: la confianza en el hombre y la adoración falsa o idolatría. "Asiría, no nos librará... Y ya no diremos a la obra de nuestra manos: Dioses nuestros".
Vers. 4 "Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos". Aunque Dios sanará nuestras rebeliones y nos amará de pura gracia, no obstante se requiere de nosotros que nos arrepintamos, y Dios nos da la capacidad para hacerlo. Dios se da a sí mismo el título: "Yo soy Jehová tu Sanador" (Ex.l5:26). La única razón para sanarnos es su amor libre y soberano (el cuál no merecemos). Esta sanidad incluye el perdón de nuestros pecados pasados y un suministro de gracia para hacernos fructíferos en la obediencia. "Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano." Es verdaderamente algo grande, el tener nuestras rebeliones sanadas y tener una consciencia de la belleza y la gloria del amor divino, la misericordia y la gracia actuando nuevamente en nuestras vidas. No se desespere para recibir tales manifestaciones frescas de la gracia divina. Obténgalas por medio de la fe en las promesas de Dios tal como son ofrecidas mediante Cristo Jesús, el glorioso mediador.Todas nuestras provisiones de la gracia vienen de Cristo y sólo de Él. "Sin mí, nada podéis hacer." (Jn.l5:5). "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal.2:20). La única manera para recibir nuevas provisiones de fuerza espiritual y gracia es por medio de la fe. El vive en nuestros corazones por la fe, actúa en nosotros por la fe y nosotros vivimos por la fe en el Hijo de Dios. Hay un sólo camino para ser avivados y sanados de nuestras rebeliones a fin de que seamos fructíferos. Debemos fijar nuestra mirada en la gloria de Cristo, en su carácter especial, en su gracia y obra tal como nos es enseñado en la Escritura. En el Salmo 34:5 David dice: "Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados". Su fe fue manifiesta en mirar a Él, es decir a Cristo, o la gloria de Dios en El. Su acto de confianza surgió de una consideración de lo que El es. Ellos fueron refrescados por la luz espiritual y salvadora que recibieron de Él. Nosotros también podemos ser refrescados como ellos mientras que miremos con la misma fe a Cristo. "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra." (Isa.45:22) Nuestra ompleta salvación, incluso cada aspecto de nuestra vida espiritual depende de esta mirada. Esta es la manera para recibir gracia y gloria. "Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá." (Miq.7:7)Una continua visión de la gloria de Cristo tendrá el efecto bendito de transformarnos cada vez más en la semejanza de Cristo. Quizás otros caminos y medios han fallado en hacernos semejantes a Cristo, hagamos la prueba con este medio.
La mayoría de nuestra debilidad espiritual y falta de fruto es debido a que permitimos que fácilmente otras cosas ocupen nuestras mentes. Cuando tengamos nuestras mentes llenas de
Cristo y de su gloria, entonces nuestros corazones arderán con grande amor hacia El y ya no tendrán lugar para otras cosas (vea Col.3:l-5). Es solamente una visión continua de Cristo y su gloria lo que nos avivará y nos animará a velar y pelear continuamente contra las obras engañosas del pecado. La experiencia de contemplar la gloria de Cristo tiene poder para hacernos obedecer y desear todas las cosas que agradan a Cristo.