LA ESPERANZA PURITANA por Iain H. Murray (Capítulo II)
Capítulo II
Avivamiento Cristiano: Escocia
‘El Viejo Sr. Hutcheson, ministro en Killellan, solía decir al Sr. Wodrow, autor de la Historia de la Iglesia de Escocia, “Cuando comparo los tiempos antes de la restauración [1660] con los tiempos desde su revolución [1688], quedo en deuda con que los jóvenes ministros predicaban precisa y metódicamente; pero muy de lejos había más del poder y eficacia del Espíritu y la gracia de Dios acompañando sus sermones en aquellos días que ahora: y, por mi propia parte (a Dios sea toda la gloria), raras veces puse mi pie en un púlpito de esos tiempos, pero tuve noticia de algunos efectos bendecidos de la Palabra”.’
JOHN GILLIES Colecciones Históricas. 1754 vol 1, 315
‘Escocia, desde la Reforma, ha mandado más santos al cielo que cualquier otro país en Europa con la misma población.’
DAVID BOGUE Discursos en el Milenio, 1818, 362
LA prosperidad espiritual que acompañó al movimiento Puritano en Inglaterra fue paralelizada por los avivamientos que ocurrieron en el norte Fronterizo del mismo periodo. Aquí también el instrumento fue un poderoso ministro proveniente de universidades bajo la influencia de fieles maestros de la Palabra. Anrew Mellvile, fresco de Ginebra y de veintinueve años de edad, dirigió el camino reorganizando la moribunda Universidad de Glasgow en los años 1574—1580.
En 1583 Robert Rollock fue nombrado el primer Director de la Universidad del Poblado de Edinburgo, y bajo su liderazgo el colegio pronto comenzó a suplir las iglesias con hombres bien calificados para el ministerio del evangelio. Rollock era un maestro enérgico y nada temeroso de ver algo de emoción en sus clases. Oraba con sus estudiantes a diario, dice el viejo escritor, y una vez por semana les exponía algún pasaje de la Escritura, ‘en el término de los cuales era frecuentemente muy cálido en sus exhortaciones; las cuales obraron más reformación en los estudiantes que todas las reglas que fueron hechas, o la disciplina que fue ejercitada”.’ Además de su trabajo en la universidad, leemos que ‘predicaba cada Día del Señor en la iglesia, con tal fervor y evidente demostración del Espíritu, que fue el instrumento para convertir muchos a Dios’.’ Robert Boyd fue un estudiante que, como él nos dice, primero empezó ‘a aprender a Cristo’ bajo la ‘feliz y gloriosa alma’, Robert Rollock. Otros que estuvieron bajo él en en este memorable periodo incluyen a John Welch y Edward Brice — ambos grandiosamente usados en avivamientos posteriores — y Charles Ferme y David Chalderwood, mejor recordados por sus libros. Ferme se hizo regente, o profesor, bajo Rollock en 1589, y con su Análisis Lógico de la Epístola de Pablo a los Romanos (un comentario que abarca 378 páginas en la última reimpresión del siglo pasado) prosiguió la práctica que su mentor había comenzado de preparar material expositorio para ayudar en el púlpito. Rollock proveyó varios comentarios, el valor de los cuales fue notado por J. C. Ryle cuando escribió: ‘De nuestros escritores antiguos, Rollock, el Teólogo Escocés, es incomparablemente el mejor. De hecho, no conozco un “tesoro escondido” tal, como lo es su Comentario en Latín de San Juan.’
Otro factor que hizo de Edimburgo un conspicuo centro de luz espiritual en ese tiempo, fue el ministerio de Robert Bruce que, en los tardíos 1580’s llegó directamente de estudiar bajo Melville en San Andrews al viejo púlpito de John Knox en San Giles. Desde el comienzo mismo de su ministerio había una ‘extraordinaria efusión del Espíritu mientras dispensaba los Sacramentos de la Cena’. A partir de entonces, el ministerio de Bruce fue un constante testigo al hecho de que predicar no depende de la energía de dones humanos para su éxito. De este ministro Robert Fleming escribe:
‘Mientras él era el ministro en Edimburgo, brilló como una gloriosa luz por toda la tierra el poder y eficacia del Espíritu sensiblemente acompañaban la palabra que predicaba... su discurso y su predicación era en tal evidencia y demostración del Espíritu que hacía brillar su rostro, y tal baño de influencia divina, con que la palabra hablada era acompañada, que era fácil al oidor el percibir que había estado con Dios en la montaña... predicó generalmente con tal vida y poder, y la palabra hablada por él estaba acompañada con tal presencia manifiesta, que era evidente que no estaba sólo en la labor..., algunos de sus más fieles oidores solían temblar, y, teniendo antes esas puertas atornilladas contra Jesucristo, eran rotas y abiertas como por un poder irresistible, y los secretos de sus corazones eran manifiestos, se iban bajo convicciones y cargando con ellos innegables pruebas de Cristo hablando a través de ellos.’
La libertad que los estudiantes de Bruce y Rollock disfrutaron no duró mucho. Por los 1590’s el conflicto entre el Rey James y la Iglesia fue aparente, y la política real apuntó a ponerle grillos al sistema presbiteral mediante la introducción de ‘comisionados’ (alias nuevo episcopado) que serían tan dependientes del favor del Rey como lo era los obispos del sur Fronterizo. La última Asamblea General libre de la Iglesia de Escocia en el dieciseisavo siglo se dio en Edimburgo en 1596 y a partir de entonces tales encuentros eran esporádicos y bajo sobornos, o simplemente depuestos y prohibidos, hasta la famosa Asamblea que se organizó en Glasgow en 1638. Muchos reveces fueron soportados en estos cuarenta años. Rollock murió en su año cuarenta y tres, lo cual habla mucho de la fidelidad de los hombres que entrenó y del por qué pronto fueron probados listos para soportar tanto. Robert Boyd partió inconforme exiliado a Francia en 1597; John Welch, protestando en contra de la censura a Bruce en 1605 fue encarcelado y olvidado de por vida en 1606. Charles Ferme fue confinado por algunos años, como también lo fue David Calderwood. Andrew Melville fue llamado a Londres en 1605 y, después de cuatro años en la Torre, fue mandado a Francia, donde murió en 1622.
La lista de sufrientes podría ser grandemente extendida; no obstante la realidad era que en este mismo periodo el evangelio se esparció a lo largo y ancho de Escocia, constantemente registrando nuevos triunfos hasta que la lealtad a la fe de la Reforma se volvió característica de una gran parte de la tierra. La única explicación para esto es que el Espíritu Santo con poder avivador estaba soberanamente disipando la oscuridad y construyendo una Iglesia de la cual su testimonio fuera un faro para los subsiguientes siglos. Frecuentemente, los registros no nos dan más que una chispa de lo que realmente ocurrió, pero lo que nos dicen es suficiente para hacernos entender por qué, a pesar de la persecución, fue una era de gloriosa prosperidad espiritual.
Oímos, por ejemplo, de John Davidson predicando a sus compañeros ministros en la Asamblea General de 1596 acerca de la necesidad de arrepentimiento: ‘En esto fue tan asistido por el Espíritu trabajando en sus corazones, que después de una hora de haber sido convocados, comenzaron a verse con otro semblante que al principio, y mientras les exhortaba a estas tareas, la reunión entera estaba en lágrimas, por lo que aquél lugar pudo justamente ser llamado Bochim.’ Comentando de este día de trabajo en San Giles, que tuvo repercusiones por toda la tierra, Bruce el biógrafo moderno escribe: ‘Incuestionablemente había un profundo avivamiento religioso, y detrás de los esfuerzos de los partidos había tan glorioso trabajo espiritual operando que no puede ser recordado en la gastada narrativa de la historia.’
Similarmente, leemos de un glorioso avivamiento bajo la predicación de John Welch en el sur-este, en Kirkcudbright y en Ayr, antes de su destierro. Cuando Samuel Rutherford se asentó en la misma área, en Anwoth, 1627, los resultados de la cosecha espiritual en el tiempo de Welch estaban en abundante evidencia. Rutherford se refiere al ex-pastor de Kirkcudbright como “ese Apostolicio, divino, y Profético hombre de Dios’ e informa, ‘de los santos testigos de su vida he oído decir, de cada veinticuatro horas, le dedicaba ocho a la oración, excepto cuando las necesidades públicas de su llamado lo llevan a predicar, visitar, y exhortar a tiempo y fuera de tiempo.
Aún más remarcable fue el efecto que siguió al ministerio de Bruce en Iverness, en las salvajes Altas Tierras Católicas, cuando fue desterrado de ahí por segunda vez en 1622. Ningún buen resultado pareció haber marcado su primera estadía ahí de 1605 a 1613, pero durante el segundo periodo en la capital norteña un nuevo día de bendición amaneció sobre el Norte. Bruce lo percibió aún en el dificultoso y cansado viaje la segunda vez. En una de las últimas etapas del recorrido se detuvo por largo tiempo, absorto en meditación, a un lado de su caballo, antes de montar, fue que su compañía después le preguntó la razón del retardo. Bruce respondió, ‘estaba recibiendo mi comisión de mi Maestro para ir a Inverness, y Él se dio a sí mismo antes de que pusiera el pie sobre el estribo, e iré a sembrar una semilla allí en Iverness que no será desarraigada por muchas eras.’ Más de dos siglos después los Cristianos en las Altas Tierras aún hablaban de los días en que multitudes caminaban o tomaban cruceros de los condados en Ross y Tierras Surestes a oir a Bruce predicar en Iverness. Hablando del ministerio de Bruce en general, su contemporáneo, David Calderwood, dice que ‘ganó para Cristo muchos miles de almas’. Kirkton cita un caso: ‘Un pobre Altoterriente, oyéndolo, vino a él después de un sermón y le ofreció todo su patrimonio (que consistía de dos vacas) bajo la condición de que el Sr. Bruce lo hiciera amigo de Dios.’ Este fue el primero de muchos avivamientos que fueron hechos en el noreste de Escocia una de las áreas más Cristianas del mundo.
Entre otros convertidos bajo Bruce fue Alexander Henderson, cuando era ministro de Leuchars; después estuvo liderando una parte en la Asamblea de Westminster.
Con la supresión de la Asamblea General, las universidades y seminarios pasaron enteramente bajo el control real, y el destierro de aquellos más aptos para influenciar a los estudiantes estaba ingeniosamente diseñado para prevenir el entrenamiento de hombres tales como los que habían sido producidos en Edimburgo en el tardío dieciseisavo siglo. Pero en 1614 el Rey James mal juzgó a su hombre cuando nombró al Robert Boyd de treinta y seis años para ser Director y Profesor de Divinidades en la Universidad de Glasgow. Boyd, como antes fue citado, era pupilo de Rollock. De familia noble, reservado, bien pulido y un brillante estudiante. Habiendo estado largamente ausente en Francia, y por ello no envuelto en el desarrollo del conflicto entre el presbiterio y episcopado en Escocia, James evidentemente juzgó que la amabilidad y su dependencia al favor real por su profesión lo harían lo suficiente apto. Ese fue uno de los muchos errores que el Rey James tuvo, al cabo de unos cuantos años el partido real en Escocia se quejaba de que Boyd se había unido a los ‘Puritanos’.
En 1621 Boyd fue compelido a dejar su puesto, pero no sin antes dejar su impresión en una serie de jóvenes con calibre nada menor a aquellos entrenados bajo Rollock. Uno de estos hombres fue Robert Blair. Recién había Blair hecho un Master de Artes cuando Boyd tomó la dirección en Glasgow, y en su Autobiografía nos cuenta acerca de la memorable nueva dirección que el Director dio ¿Qué le movió a tomar este trabajo, Boyd pidió a sus oidores que consideraran, ‘viendo que él era un caballero de una condición considerable, con lo cual podría vivir competentemente suficiente?’ ‘Su respuesta’ escribe Blair, ‘fue, que considerando la gran ira bajo la cual él se encontraba naturalmente, y la gran salvación a él comprada por Jesucristo, decidió gastarse a sí mismo para lo mejor, rindiendo toda diligencia para glorificar a ese Señor que lo había amado tanto. Pensé para mis adentros, Hay ahí un hombre de Dios, ahí hay uno en un millar del amor de Boyd era teología práctica y el estudio de las materias pertinentes a la conciencia. Él tomaba a sus estudiantes a través de tales temas como los conflictos Cristianos con el Diablo, y cuando se le acercaban para hablar de sus vidas espirituales era un sabio consejero. Otro de sus estudiantes fue John Livingstone, quien nos cuenta como Boyd fue ‘uno de un carruaje austero, pero del corazón más cálido.... Siempre lo he encontrado algo cortés y familiar cómo me asombra.’ Robert Ballie uno de los cinco ministros Escoceses elegidos para la Asamblea de Westminster en 1643, también estuvo en Glasgow bajo Boyd, y treinta años después de terminados sus días de estudiante habló acerca el espíritu de arrepentimiento y gozo que algunas veces se movía entre ellos mientras su maestro oraba. Para Baillie, que se volvió Director de Glasgow en días más brillantes, Boyd se encontraba entre los más eminentes Teólogos Reformados.
Otro futuro líder que como regente, o profesor, en la universidad estaba relacionado con Boyd fue David Dickson. Es a Dickson que el mundo Anglo-hablante debe la concepción de una completa serie de comentarios que por muchos años sirvieron para hacer el estudio de la Biblia un común trabajo casero. Boyd produjo un Comentario a la Epístola de los Efesios de un estupendo tamaño; como James Walker escribe, esto ‘condujo al desastroso resultado de un gran teólogo siendo enterrado bajo su propia erudición’. Las series de volúmenes populares que Dickson previó evadieron esta trampa mientras la subsecuente reimpresión de un número de ellos era aprobada. A las series Dickson contribuyó exposiciones de Hebreos, 1635, Mateo, 1647, y Salmos, 1653—1654. George Hutcheson le siguió con abundantes folios en Los Profetas Menores, 1653—1655, Juan, 1657, y Job, 1669. James Fergusson, ‘después del patrón mantenido hacia esos reverendos hermanos, Sr. David Dickson y Sr. George Hutcheson’, añadió su Breve Exposición de la Primer y Segunda Epístolas Generales de Pedro. El manuscrito del trabajo de Samuel Rutherford en Isaías se perdió y nunca se imprimió. Los volúmenes de James Durham en La Canción de Salomón, Revelación, y Job, no fueron diseñados como parte de las mismas series, siendo póstumamente publicados, como lo fue el fino trabajo de John Brown de Wamphray en Romanos. ‘Tampoco Dickson y sus intérpretes-compañeros deben ser despreciados,’ escribe James Walker. ‘Ellos quieren la erudición de nuestro presente día, aunque ellos eran eruditos. Pero aunque ellos querían nuestra erudición, ellos eran, más que nuestros semejantes en teología.’ C. H. Spurgeon alcanzó un veredicto similar en sus Comentando y Comentarios.
En su día, no obstante, Dickson era mejor conocido como un predicador y a pocos les fue concedido mayor éxito. Habiendo dejado su profesorado en Glasgow en 1618, se volvió ministro de Irvinie en Ayrshire. Pronto, la persecución estaba nuevamente en crecimiento y fue privado de su cargo y desterrado de las Altas Tierras en 1622. Aún el ánimo de Dickson y sus hermanos era uno de gran confianza. En una reunión de oración sostenida cerca de Edinburgo en 1621 tal alargamiento del corazón era dado al tiempo que las peticiones eran presentadas a Dios de que los ministros se separaron unos de otros con la seguridad ‘de que aún después de aquí el trabajo de Dios florecería en la tierra más formalmente’. Dickson oró por dos horas en ese día, así que John Livingstone nos dice, y en una manera que convenció a todos los presentes de que Dios estaba oyendo las súplicas de ‘el triste caso presente de la Iglesia’. En 1623, mediante la intervención del Conde de Eglinton, a Dickson se le permitió regresar a Irvine, y por el mismo tiempo, un gran avivamiento comenzó. Robert Fleming reporta en estas palabras:
‘Aquí debo citar a un muy solemne y extraordinario derramamiento del Espíritu, que ocurrió cerca del año 1625, y después de ahí estuvo en el este de Escocia, mientras la persecución de la iglesia estaba caliente por parte del partido prelaticio; esto por la profana muchedumbre de aquél tiempo llamada la enfermedad de Stewarton, ya que fue primero en esa parroquia, pero después a través de muchos en ese país, particularmente en Irvine, bajo el ministro del famoso Sr. Dickson, era más remarcable, de donde puede ser dicho (del cual diversos ministros y Cristianos vivos aún pueden testificar) que por un considerable tiempo, unos pocos sabbaths pasaron sin alguna evidencia de conversión, y algunas convincentes pruebas del poder de Dios acompañando su Palabra; sin duda, aquellos estaban tan asfixiados y tomados del corazón, que por medio del terror el Espíritu fue en tal medida convenciéndoles de pecado, oyendo la Palabra habían sido derrotados y de esta manera eran traídos fuera de la iglesia, quien probó después más sólidos y vivaces Cristianos.... Verdaderamente, esta gloriosa marea viva, la cual yo llamaría del evangelio, no fue por poco tiempo, pero por algunos años’ continuó, sin duda, así como el fuego de un bosque el poder de santidad avanzó de un lugar a otro, el cual puso un maravilloso lustre en estas partes del país, el sabor de lo cual trajo a muchos de otras partes de la tierra para ver la verdad de lo mismo.”
El hambre de oír la Palabra de Dios predicada en estos tiempos era tanta que los servicios entre semana eran comunes. Dickson, por ejemplo, sostuvo un servicio en Lunes por las mañanas antes de la apertura del mercado en el cual trajo en aquél día muchos del área circundante a Irvine. De este sermón del día de mercado, se ha dicho, que la iglesia estaba aún más llena que en el Día del Señor. Cerca del mismo periodo, un Lunes, Junio 21, 1630, para ser precisos, un servicio fue realizado en Shotts, una parroquia a medio camino entre Glasgow y Edimburgo. Fue a la conclusión de un fin de semana de servicios de comunión en que Robert Bruce de setenta y cinco años de edad y otros estaban ministrando la Palabra. Por la tarde del Domingo, el sentido de la presencia de Dios era tal que muchos estaban indispuestos a irse, y así, después de pasada la noche por cierto número en oración, se hizo después un servicio por la mañana. El predicador era el joven John Livingstone y la ocasión que después recordó como ‘el singular día en toda mi vida en que obtuve mayor presencia de Dios en público’. Treinta años después de aquella comunión Robert Fleming recordó los resultados de aquellos cuatro días en el Kirk de Shotts. Un ‘derramamiento del Espíritu’, nos dice, acompañando las ordenanzas, ‘especialmente ese sermón en Lunes, el 21 de Junio, que era conocido, del cual puedo hablar en forma segura, cerca de quinientos en aquél tiempo tuvieron un cambio discernible obrando en ellos, de donde después fueron probados como los Cristianos más vivaces: era la ciega de una semilla a través de Clydsdale, así como la mayoría de eminentes Cristianos en ese país pueden datar una u otra, su conversión o alguna remarcable confirmación en sus respectivos casos de aquél día’.
Igualmente memorable fue el trabajo ahora hecho e la plantación de Ulster que se volvió un refugio para ministros Ingleses y Escoceses de convicción Puritana. En los 1620’s diversos hombres que se habían asentado en Irlanda comenzaron a trabajar juntos con mucha unidad y afecto. En 1623 llegó Robert Blair, recientemente despedido de su profesorado en Glasgow, y a cambio de esto él animó a otro de los ex regentes de Boyd, Josias Welch, a venir a Irlanda. Este era el hijo de John Welch y como Blair notó, ‘Una gran medida de ese espíritu que obró en y por el padre descansó en el hijo’. Se unieron a ellos en el final del verano de 1630 por John Livingstone.
El estado moral de Irlanda hasta ese entonces era deplorable. El ateísmo y pecado abundaban y el ministerio de una larga parte del clero no sólo era ineficaz sino peor que nada. Como en los días de Jeremías, ‘de los profetas de Israel salieron hipocresía sobre toda la tierra’. Livingstone no era el único recién llegado que desmayaba por la ignorancia de la gente, y en su asentamiento en la parroquia de Killinshie, él dice, ‘No he visto rastros de haber algún bien entre ellos.’ Aún así, a una población tan generalmente hundida en el descarrío el poder de la divina gracia les era ahora manifestado. El primer ministerio que fue asistido con la evidencia de que un avivamiento estaba sucediendo era aquél del excéntrico James Glendinning de Carrickfergus. Blair, reconociendo las limitaciones de este hombre, le aconsejó buscar un cargo menos exacto. También le urgió a la tarea de ocuparse más clara y directamente en las conciencias de sus oidores y le aconsejó que buscara despertarlos mediante el perspicaz estilo de predicación que fue tan bastamente bendecido en Escocia. Este consuelo llevó a un punto de cambio en el ministerio de Glendinnigs; se movió de Oldstone, cerca del poblado de Antrim, y , en medio de una gente caracterizada por su licenciosidad e indiferencia, predicó la ley de Dios y el terror de la ira divina. Las limitaciones de Glendinnings eran ahora desapercibidas por un público que podía pensar solamente en el mensaje que oían. Andrew Stewart, un contemporáneo que testificó lo que sucedió en Oldstone, escribió después, con asombro, acerca del cambio que fue obrado:
‘¡Esperen el triunfo! Por los oidores encontrándose a sí mismos condenados por la boca de Dios hablando Su Palabra, cayeron en tales ansiedad y terror de conciencia que se miraron a sí mismos como a todos juntos perdidos y condenados; y esta labor no sucedió en una sólo persona o en dos, sino a multitudes que eran traídas para entender su andar, y para lamentarse, Hombres y hermanos ¿qué debemos hacer para ser salvos? Entonces me he visto afligido en un desmayo con la Palabra; sin duda, una docena traída en un día fuera de las puertas como muertos, tan maravilloso era el poder de Dios golpeando sus corazones por el pecado condenando y matando. Y de estos no había ninguno más débil en sexo o espíritu, pero de hecho algunos de los espíritus más audaces que anteriormente no temían poner un mercado entero a pelear; no obstante en defensa a su obstinación no se preocupaban por ser puestos en prisión y el engaño, y siendo incorregibles, estaban tan dispuestos a hacerlo expuesto al día siguiente.”
Este avivamiento, el cual comenzó cerca del año 1626, fue conocido después del nombre de río cercano, el Six-Mile Water (Río de Seis-Millas), que fluye a través de los poblados de Ballynure, Ballyclare y Templepatrick. Pronto, sin embargo, el trabajo se difundió más allá de la localidad en que comenzó. En el tiempo de cosecha siguiente, Robert Blair, Robert Cunningham, James Hamilton, el anciano Edward Brice — a quien hemos visto en Edimburgo en los días de Rollock — Josias Welch, y diversos otros, todos estuvieron comprometidos. A sugerencia de John Ridge, un ministro Inglés de Antrim de la escuela Puritana, se celebraba una reunión en Antrim el primer viernes de cada mes a la cual venían todos los ministros comprometidos con el avivamiento a orar y conferenciar.’ En estos Viernes una gran congregación se reunía y generalmente dos ministros predicaban en la mañana y dos en la tarde. Acerca de estas reuniones, Livingstone escribió:
‘Solíamos reunirnos juntos el Jueves la noche anterior, y nos quedábamos el Viernes de la noche después, y conversábamos acerca aquellas cosas concernientes a llevar a cabo la labor de Dios, y estas reuniones entre nosotros a veces eran provechosos tanto a presbíteros como a sínodos.’ Algunas de las palabras de Robert Blair son dignas de ser citadas, particularmente porque él tuvo bastante del liderazgo de la obra:
‘Esta reunión mensual así comenzando, continuó varios años, y fue una gran ayuda para difundir la religiójn a través de todo el país.’ Después de nombrar a la nobleza y ministros que proveyeron su ayuda, continúa: ‘La Palabra de Dios creció tan extraordinariamente, y su glorioso trabajo prosperó en las manos de sus fieles siervos. ... Había muchos convertidos en todas nuestras congregaciones. Ese bendecido trabajo ahora se había diseminado más allá de los límites de Down y Antrim, a las faldas de condados vecinos, a donde muchos vinieron para las reuniones mensuales, y el sacramento de la cena del Señor. El Señor estaba contento de bendecir su Palabra, las personas tenían un vehemente apetito por ella que no podía ser satisfecho: se colgaban a los ministros, aún deseosos de tener más; ningún día era suficientemente largo, ningún lugar suficientemente espacioso.’
John Livingstone nos habla acerca del espíritu de aquellos días:
‘De entre todos estos ministros nunca hubo desagrado o celos algunos, sin duda, tampoco lo fue entre los profesores, la mejor parte de ellos Escoceses, y un buen número de agraciados Ingleses, todos cuya contención era preferir a los otros que a sí mismos; y aunque los dones de los ministros eran muy diferentes, aún así no se observaba que los oyentes siguieran a alguno en desvaloración de otros. Muchos de esos profesores religiosos habían sido tanto ignorantes como profanos, y por deuda y conveniencia, y peores causes, han dejado Escocia, aun así el Señor se agradó por su Palabra en obrar tal cambio. No puedo pensar en que haya habido cristianos más vivaces y experimentados que estos en aquél tiempo en Irlanda, y en un buen número, y muchos de ellos personas de una buena condición externa ante el mundo. Pero siendo tardíamente traídos, el borde vivaz aún no se había ido de ellos, y el perpetuo temor de que los obispos los fueran a deponer de sus ministerios, les hizo esperar con gran hambre en las ordenanzas. Los he conocido a ellos que han venido de varias millas desde sus propias casas a las comuniones, del sermón del Sábado, y pasaron la noche del sábado entera en muchas compañías, algunas veces un ministro estando con ellos, algunas veces conferenciando solos y en oración, y esperando las ordenanzas públicas el Sabbath entero, y ocupando la noche del Sabbath de la misma forma. . . . . En estos días no era dificultoso para un ministro el predicar u orar en público o en privado, tanta era el hambre de los oyentes; y era difícil juzgar si es que había más de la presencia del Señor en reuniones públicas o en privadas.’
‘Aquella solemne y gloriosa obra de Dios, que se encontraba en la iglesia de Irlanda,’ dice Fleming, era un brillante y ardiente resplandor del sol del evangelio; así es, debe ser dicho con sobriedad haber sido una de las más grandes manifestaciones del Espíritu, y uno de los más solemnes tiempos de derramamiento que desde los días de los apóstoles se hayan visto, en donde el poder de Dios sensiblemente acompañaba la Palabra con un inusual mover en sus oidores, y un muy buen tack. (Nota al pie: Una palabra Escocesa que designa un barril de peces,) en la conversión de almas a Cristo. . . . De entre otros pasajes recuerdo lo que un valioso Cristiano me dijo, cómo es que algunas veces en el oír de la Palabra, había tal poder y evidencia de que la presencia del Señor estaba con él, que se había forzado a levantarse y mirar lo que las personas estaban haciendo, pensando en lo que él sentía en su propio espíritu, era una sorpresa como es que alguno podía salir sin algún cambio obrado en ellos.’
Este día de excepcional visitación falleció en los 1630’s. Algunos de los ministros fueron llamados a casa por la muerte. Josias Welch murió en 1634, sus amigos Blair y Livingstone estuvieron presentes en aquél triunfante día de Junio en que pasó a mejor vida. El hijo de John Welch ‘aplaudió sus manos, y gritó, “¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria por la eternidad!” y dentro de un poco después expiró’. Otro que partió en este tiempo fue Edward Brice, quien ‘en toda su predicación insistió mucho en la vida de Cristo en el corazón’. Murió en 1636, habiendo estado en Irlanda desde 1613. El resto de los líderes evangélicos fue silenciado por la posición episcopal la cual estaba en su punto pico en esos días cuando el Arzobispo Laud cazó muchos ministros Puritanos fuera de sus púlpitos. Robert Blair, por ejemplo, fue excomulgado por el Obispo de Down en 1634. Despues de que la sentencia fue pronunciada, Blair se levantó y convocó al obispo a presentarse ante el tribunal de Jesucristo para responder por su acción. Ante esto, el obispo expresó su confianza de ser capaz de apelar a la misericordia de Dios, sólo de ser dicha por el ministro perseguido, ‘Su apelación es como ser rechazado porque su acto es en contra de la luz de su conciencia.’ (Nota al pie: Poco después de esto el obispo cayó gravemente enfermo. Cuando el médico, el Dr. Maxwell, vino a averiguar lo que estaba mal, ‘estuvo un largo rato en silencio, y con gran dificultad pronunció estas palabras, “Es mi conciencia, hombre”. A lo cual el doctor contestó, “No poseo cura alguna para eso”.’)
A pesar de la breve comparativa de este ‘resplandor del sol’ en Ulster, y a pesar de la terrible masacre que ocurrió en 1641, clamando por las vidas de unos cuarenta mil Protestantes, J. S. Reid pudo escribir acerca de este tiempo en su Historia de la Iglesia Presbiteriana en Irlanda, publicado en 1833: ‘El Evangelio extendió sus ramas en Ulster con maravillosa rapidez, hasta que, como el grano de mostaza, siendo la más pequeña de las semillas, se volvió un grande y noble árbol, el cual después del lapso de dos siglos y el abatimiento de muchas tormentas amargas, se mantiene en pie, hasta el presente día, más firme y vigoroso que nunca.’ Mientras tanto en Escocia Bruce había muerto en 1631. Poco antes de su muerte había habido una de aquellas reuniones de oración, en su hogar, que eran tan características del periodo, y de la cual se derivó mucha confianza y energía espiritual. El anciano Bruce oró ‘con tan extraordinario mover en los corazones de todos los presentes, y en tan sensible derramamiento del Espíritu, que casi ninguno de los presentes pudo contenerse’.
En los días que inmediatamente siguieron, el partido episcopal hizo al hizo el último intento desesperado por detener la creciente marea de lealtad a la fe evangélica. Robert Blair y sus asociados, Livingstone, Cunnigham y Ridge, fueron empujados fuera de Irlanda por medio de persecución, sólo para encontrar una situación similar prevaleciente en Escocia. No estamos sorprendidos de aprender que eran David Dickson y la gente de Irvine que arriesgando sus vidas refugiaron a estos fugitivos. La labor de los dos más ancianos, Cunningham, el Escocés, y Ridge, el Inglés, fue hecha, y aquí en Irvine murieron en paz. Ya habían probado en este mundo lo que Rutherford anticipaba del cielo, ‘Cuando llegamos a la casa de nuestro Padre en la alta Jerusalén, confío en que no nos pararemos en una proximidad, o en alguna distancia de su rostro sentado en el trono y del Cordero, como Inglés y Escocés’. Blair y Livingstone sobrevivieron la tormenta y fueron líderes de la Iglesia Escocesa en la nueva era en que estaban viviendo.
Es en contra de este trasfondo que los grandes eventos políticos de los tardíos 1630’ss en Escocia deben ser entendidos — el rechazo de la liturgia de Alabanza, la concentración de las personas para firmar el Pacto Nacional, la abolición del Episcopado y la Asamblea General de 1638, dirigiendo en contraataque a las dos Guerras de los Obispos, llamadas así por la intervención de Charles I para apoyar a su decadente partido en Escocia. La historia de los eventos entre 1638 y 1660, con las Guerras Civiles, la Solemne Liga y Pacto uniendo a los Puritanos en Inglaterra y Escocia, la Asamblea de Westminster, y el trabajo de Cromwell, como a menudo ha sido dicho. Pero con toda la confusión política del periodo es frecuentemente olvidado que para las iglesias estos fueron años de paz y mucha prosperidad. La semilla sembrada con lágrimas fue evidentemente cosechada con gozo. Las palabras de James Kirkton hablando acerca del estado espiritual de Escocia antes de la Restauración de Charles II en 1660 son un adecuado testimonio con el cual cerrar este ensayo de un glorioso periodo de avivamiento:
‘Al regreso del rey cada parroquia tenía un ministro, cada villa y cada escuela, casi cada familia tenía una Biblia. . . . Cada ministro era un profesor muy completo de la religión reformada, de acuerdo a la larga confesión de fe enmarcada en Westminster por los teólogos de ambas naciones. Cada ministro estaba obligado a predicar tres veces por semana, a leer el catecismo una vez, además de otras tareas privadas en las cuales abundaban, de acuerdo sus proporciones de fidelidad y habilidades. Ninguno de ellos debía ser escandaloso en su conversación, o negligente en su oficio, hasta donde el presbiterio entendía; y junto a estos había muchos santos en conversación y eminentes en dones... ni tampoco un ministro se satisfacía sí mismo a excepción de que su ministerio tuviera el sello de la aprobación divina, de esta manera se le podría atestiguar si realmente era enviado de Dios. De hecho, en muchos lugares el espíritu parecía ser vertido por la Palabra, en ambos por la multitud de conversos genuinos, y también por el común trabajo de reformación en los muchos que nunca llegaron a la extensión de una comunión.... He vivido por muchos años en una parroquia en donde nunca oímos un pacto, y tal vez podrías cabalgar varias millas antes de oír alguno: Además, por una gran parte del país no podías estar hospedado en una familia en donde el Señor no fuera glorificado en la lectura, canto y oración pública. Nadie más que los taberneros se quejaban de nuestro gobierno eclesiástico, de quienes su lamentación ordinaria era que, su comercio estaba rompiendo, las personas se han vuelto muy sobrias.’
Trabajo de traduccion :(Alberto Tailor y Caesar Arevalo)
para :IPRA Iglesia Puritana En ARGENTINA