DIOS DISPONE Y CONVIERTE LAS VOLUNTADES HUMANAS PARA EL REINO DE LOS CIELOS Y LA VIDA ETERNA

19.09.2013 02:11

 

  
Que la fe inicial es un don de Dios, se nos enseña también por lo que indicó el Apóstol cuando dijo en su Epístola a los Colosenses: Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de cristo, por el cual también estoy preso, para que lo manifieste como debo hablar.  Y ¿cómo se abre la puerta de la palabra sino cuando se abre el sentido del oyente para que crea y, una vez recibida la fe, abrace todas aquellas cosas que se predican y exponen para establecer la doctrina de la salvación eterna, no sea que, encallecido el corazón por la incredulidad, desapruebe y rechace lo que se le predica? Por lo cual dice también a los Corintios: Pero estaré en Efeso hasta Pentecostés; porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios. ¿Qué otra cosa se puede entender por estas palabras sino que, habiendo predicado él allí primeramente el Evangelio, muchos habían creído, oponiéndosele también muchos adversarios de la misma fe, según aquella palabra del Señor: Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre;  y aquella otra: A vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado?  Se ha abierto, pues, la puerta a aquellos a quienes les ha sido concedido; pero son muchos los adversarios de entre aquellos a quienes ese don no les ha sido concedido. 
  
De igual manera, el Apóstol, escribiendo a los mismos Corintios, en su segunda Epístola les dice: Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a mi hermano Tito; así, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia. ¿De quiénes se despidió sino de los que habían creído, cuyos corazones abrieron la puerta al que los evangelizaba? Y atended a lo que añade: Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.  Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a estos, ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquellos olor de vida para vida. He aquí por qué da gracias a Dios el esforzadísimo e invencible defensor de la gracia: porque los apóstoles son para Dios el buen olor de Cristo, tanto para los que son hechos salvos por su gracia como para los que se pierden por su justo juicio. Mas para no dar lugar a querellarse a los que no entienden estas cosas, él mismo les avisa cuando añade y les dice: Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?
Mas volvamos a la apertura de la puerta, por la cual significó el Apóstol el inicio de la fe. ¿Qué quiere decir: Orando también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, sino una demostración clarísima de que el comienzo de la fe es también un don de Dios? Pues no se le pediría por medio de la oración si no se creyese que nos es concedido por Él. Este don de la gracia celeste había descendido también sobre aquella mujer vendedora de púrpura, cuyo corazón—como dice la Escritura en los Hechos de los Apóstoles—abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que pablo decía.  Así era llamada para que abrazase la fe. Porque obra Dios lo que le place en los corazones humanos, ora socorriendo, ora juzgando, a fin de que por medio de ellos se cumpla lo que su providencia y su consejo tienen predestinado que se realice. 
  
Y en vano afirman también que no se refiere a la cuestión que discutimos lo que ya hemos probado por el testimonio del libro de los Reyes y de las Crónicas, a saber: que cuando Dios quiere realizar una cosa en cuya realización conviene que intervenga la voluntad del hombre, inclina su corazón para que quiera aquella cosa, obrando para ello de un modo maravilloso e inefable hasta el mismo querer. ¿Y qué otra cosa es negar esto sino una vana negación y, sin embargo, al mismo tiempo una flagrante contradicción? A no ser que al opinar así os hayan alegado a vosotros alguna razón que hayáis preferido ocultarme en vuestras cartas. Mas qué razón pueda ser, no se me alcanza. Porque demostramos que Dios de tal manera obró en los corazones de los hombres y hasta tal punto guió las voluntades de los que quiso, que llegaron a aclamar por rey a Saúl y a David, ¿juzgarán acaso que estos ejemplos no encajan con la presente cuestión, porque reinar temporalmente en este mundo no es lo mismo que reinar eternamente con Dios? ¿Y juzgarán acaso por esto que Dios inclina las voluntades humanas a donde le place en lo que respecta a la constitución de los reinos terrenos y no en lo que respecta a la conquista del reino celestial?
Pero yo opino que no por reinos temporales, sino por el de los cielos, ha sido dicho: Inclina mi corazón a tus testimonios.  Por Jehová son ordenados los pasos del hombre; guía y sostiene al que va por buen camino. Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan.  Y oigan también aquellos otros pasajes: Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. De Jehová son los pasos del hombre; ¿Cómo, pues, entenderá el hombre su camino? Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones. Creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.  Escuchen atentos todas estas sentencias y otras muchas que no he citado, con las cuales queda patente que Dios dispone y convierte también las voluntades humanas para el reino de los cielos y la vida eterna. Considerad cuán absurdo sería creer que Dios obra en las voluntades humanas para constituir los reinos terrenos y, en cambio, creer que los hombres rigen con absoluto dominio sus voluntades para la conquista del reino celestial. 
 

San Agustin predestinacion