La bendición de una esposa piadosa

21.03.2013 23:37



Edwards se había fijado en ella cuando solo contaba con trece años y escribió sobre su reputación:

«Dicen que hay una joven en New Haven, amada por ese Ser Todopoderoso que creó y gobierna el mundo y que, en momentos concretos, de alguna manera invisible u otra, viene a ella y le llena la mente con gran placer, de tal manera que apenas se preocupa de nada que no sea meditar en él. Ella espera, después de un tiempo, ser recibida arriba donde Él está; ser levantada del mundo y llevada al cielo, con la completa seguridad de que Él la ama demasiado para quedarse por siempre a una distancia de Él. Allí vivirá con Él, encantada con Su amor y deleite para siempre. Por tanto, si se le presenta el mundo con el más rico de sus tesoros, no lo tiene en cuenta ni se preocupa de esas cosas, ni se conmueve por cualquier dolor o aflicción. Posee una extraña dulzura en su mente, y una pureza singular en sus afectos. Es sumamente justa y concienzuda en todos sus actos y no se la puede persuadir para que haga algo malo o pecaminoso ni siquiera a cambio de todo lo que uno pudiera darle, ya que no quiere ofender a ese gran Ser. Su dulzura es maravillosa, su calma y su benevolencia universales, especialmente después de esas temporadas en las que este gran Dios se ha manifestado a su mente. A veces va de un lugar a otro, cantando dulcemente, y parece estar siempre llena de alegría y placer, sin que nadie sepa por qué. Le encanta estar sola y caminar por los campos, en las montañas, y parece que alguien invisible está siempre conversando con ella4».
Su diligencia en cuidar de su casa y su piedad delante de Dios han sido objetos de testimonio de muchos, tanto de visitas como de personas que vivían con ellos.
Poco antes de morir, estando él en New Jersey y ella todavía en Massachusetts, Edwards dijo a una de las hijas que estaba con él: “…parece ser la voluntad de Dios que pronto tenga que dejarles; por tanto, transmite mi amor más cariñoso a mi amada esposa, y dile que confíe en que la unión inusual (poco común, en inglés ‘uncommon’) que hemos tenido durante tanto tiempo, ha sido de tal naturaleza que ha de ser espiritual y, por tanto, continuará para siempre. Espero que se sienta sostenida en esta prueba tan grande y que se someta gozosamente a la voluntad de Dios5”.
El Señor bendijo su unión matrimonial con once hijos (ocho hijas y tres varones). Todos nacieron bien y no perdieron ningún bebé por aborto espontáneo ni en el momento de su nacimiento.
Con una familia tan grande, su esposa necesitaba ayuda y, conforme a la costumbre de ese tiempo, Edwards tenía siervos (esclavos) para que asistieran a su esposa en la casa y trabajaran en los terrenos que la iglesia había provisto. Los criados adoraban con la familia, tanto en la casa como en la iglesia.

Fue una gran bendición del Señor el proporcionarle una esposa tan extraordinaria. Como opinó un biógrafo serio —y probablemente muchos han creído lo mismo—, es muy posible y aún probable que, sin ella, yo no estaría escribiendo sobre él ahora. Hay unos cuantos hombres que podrían servir mucho mejor en el reino del Señor si tuvieran una mujer parecida a la de Edwards. Algunas mujeres, por su carácter defectuoso en unas áreas, su lengua suelta y/o por su manera descuidada (o atrevida) de vestir y de comportarse, estorban grandemente cualquier influencia santa que sus esposos pudieran tener como líderes. Todo esto nos hace entender cuán importante es que un hombre de Dios ponga sumo cuidado a la hora de escoger a una esposa, y la relevancia de que esta sea una ayuda idónea para él. Estas son cosas por las que hay que orar.

Por supuesto, cada creyente, sea hombre o mujer, debe vivir una vida piadosa, dedicada a Dios, tener cuidado en la selección de su cónyuge y cumplir debidamente con sus deberes.


La piedad de Jonathan y Sarah Edwards es digna de imitar.