R.M. McCheyne

17.07.2013 01:12
 
 
 
Era invierno. Sentados cerca del fuego, dos hombres estaban cincelando piedra en una cantera vecina. De pronto, un desconocido se les acercó; bajó del caballo e inmediatamente pasó a conversar sobre el estado espiritual de sus almas. Sirviéndose de las flagrantes llamas de la hoguera como ilustración, el joven desconocido predicó verdades alarmantes. Con profunda sorpresa los canteros exclamaron: "Usted no es un hombre como los demás". A lo que el desconocía ---que no era otro que Roberto M. McCheyne--- respondió: "Sencillamente, soy un hombre como los demás". 
 
Parece ser que, tanto la lectura de los sermones de McCheyne como su biografía, hacen brotar del corazón del lector la Misma exclamación de los canteros. Y es que, verdaderamente, Roberto McCheyne "no fue un hombre como los demás. Su ministerio, muy breve por cierto, vino a ser una de las luces más brillantes del evangelio en Escocia. Pureza doctrinal y fervor evangélico impregnaron por completo la predicación de este gran siervo de Dios. En McCheyne encontramos aquella característica tan sublime ---y no menos rara, por desgracia- de una armoniosa correspondencia entre predicación y vida. La vida de McCheyne, que «Alguien 
definió como "uno de los ejemplos más bellos de la obra del Espíritu Santo", vino caracterizada, por un alta grado de santidad y consagración. 
 
Roberto Murray McCheyne nació en Edímburgo el 29 de mayo de 1813, en una época en que los prímeros resplandores de un gran resurgimiento espiritual tenían lugar en Escocia. Entre los preparativos secretos con que Dios contaba para derramar sobre su pueblo días de verdadero y profundo refrigerio espiritual se hallaba el nacimiento del más joven de los cinco hijos de Adam McCheyne. 
 
Ya desde su infancia Roberto dio muestras de poseer una naturaleza dulce y afable, a la par que todos podían apreciar en él una mente despierta y una memoria prodigiosa. A la edad de cuatro años, y mientras se reponía de cierta enfermedad, Roberto hizo del estudio del hebreo y del griego su pasatiempo favorito. A los ocho años ingresó en la escuela superior, para pasar años más tarde a la Universidad de Edimburgo. En ambos centros de enseñanza se distinguió como aventajado estudiante, de forma especial en los ejercicios poéticos. Se nos habla de él como de buena estatura, lleno de agilidad y de vigor; ambicioso--- aunque noble en su 
disposición, evitando cualquier forma de engaño en su conducta. Algunos le consideraron como poseyendo de forma innata todas las virtudes del carácter cristiano, pero, según su propio testimonio, aquella pura moralidad externa por él exhibida, nacida de un corazón farisaico, y al igual que muchos de sus compañeros, él se afanaba en saciar su vida de los placeres mundanos. 
 
La muerte de su hermano David causó una profunda impresión en su alma. Su diario contiene numerosas alusiones a este hecho. Años más tarde, escribiendo a un amigo, Roberto decía: "Ora por mí, para que pueda ser más santo y más sabio, menos como soy yo mismo, y más como es mi Señor... Hoy hace siete años que perdí a mi querido hermano, pero empecé a encontrar al hermano que no puede morir". 
 
A partir de entonces, su tierna conciencia despertó a la realidad del pecado y a las profundidades de su corrupción. "¡Qué infame masa de corrupción he sido! He vivido uña gran parte de mi vida completamente separado de Dios y para el mundo. Me he entregado completamente al goce de los sentidos y a las cosas perecederas en torno a mí". Aunque él nunca supo la fecha exacta de su nuevo nacimiento, jamás abrigó temor alguno de que éste no se hubiera realizado. La seguridad de su salvación fue algo característico 
de su ministerio, de modo que su gran preocupación fue, en todo tiempo, obtener una mayor santidad de vida. 
 
En invierno del año 1831 inició sus estudios en el Divinity Hall, en donde Tomás Chalmers era profesor de Teología, y David We1sh lo era de Historia eclesiástica. Junto con otros compañeros suyos, Eduardo Irving, Horacio y Andrés Bonar -quien más tarde escribiría su biografía- y otros fervorosos amigos, Roberto M. McCheyne se reunía para orar y estudiar la Biblia, especialmente en sus lenguas originales. Cuando el Dr. Chalmers tuvo noticia del modo simple y literal con el que McCheyne escudriñaba las Santas Escrituras, no pudo por menos de decir: "Me gusta esa literalidad. Verdaderamente, todos los sermones de este gran siervo de Dios están caracterizados por una profunda fidelidad al texto bíblico. Ya en este período de su vida, 
McCheyne dio muestras de un gran amor por las almas perdidas, y junto con sus estudios dedicaba varias horas a la semana a la predicación del evangelio, tarea que realizaba casi siempre en los barrios pobres y más bajos de Edimburgo. 
 
Al igual que otros grandes siervos de Dios, McCheyne tenía una clara conciencia de la radical seriedad del pecado. La comprensión clara de la condición pecadora del hombre era para McCheyne requisito impre3dindible para hacer sentir al corazón la necesidad de Cristo como único Salvador, y también experiencia necesaria para una vida de santidad. Su diario da testimonio de lo severo que era en el juicio que de sí mismo se hacía. "Señor, si ninguna otra cosa podrá librarme de mis pecados, a no ser el dolor y las pruebas, envíamelas, Señor, para que pueda ser librado de mis miembros cargados de carnalidad. Incluso en las más gloriosas experiencias del creyente, McCheyne podía descubrir ribetes de pecado, y así nos dice en una ocasión: "Aún nuestras lágrimas de arrepentimiento están Manchadas de pecado". 
 
Andrew Bonard escribió acerca de su amigo en los siguientes términos: "Durante los primeros años de sus cursos en el colegio el estudio no llegó a absorber toda su atención. Sin embargo, apenas empezó el cambio en su alma también se reflejó en sus estudios. Un sentimiento muy profundo de su responsabilidad le llevó a dedicar todos sus talentos en el servicio del Maestro, de quien los había redimido. Pocos ha habido que con tan entera dedicación se hayan consagrado a la obra del Señor como fruto de un claro conocimiento de su 
responsabilidad". 
 
Mientras cursaba los estudios de Literatura y Filosofía sabía encontrar tiempo para dedicar su atención a la Teología y a la Historia Natural. En los días de su mayor prosperidad en el ministerio de la predicación, cuando juntamente con su alma, su congregación y rebaño constituían el dentro de sus desvelos, con frecuencia se lamentaba por no haber adquirido, en los años previos, un caudal de conocimientos más profundo, pues se había dado cuenta que Podía usar las joyas de Egipto al servicio del Señor. De vez en cuando sus estudios anteriores evocarían en su mente alguna ilustración apropiada para la verdad divina, Y precisamente en el solemne instante en que presentaba el evangelio glorioso a los más ignorantes y depravados. 
 
Sus propias palabras ponen mejor de manifiesto su estimación por el estudio, y al mismo tiempo descubren el espíritu de oración que, según McCheyne, debía siempre acompañarlo. "Esfuérzate en tus estudios", escribía a un joven estudiante en 1840. "Date cuenta que estás formando, en gran parte, el carácter de tu futuro ministerio. Si adquieres ahora hábitos de estudio matizados por el descuido y la inactividad, nunca sacarás provecho del mismo. Haz cada cosa a su tiempo. Sé diligente en todas las cosas; aquello que valga la pena hacerlo, hazlo con todas tus fuerzas. Y, sobre todas las cosas, preséntate delante del Señor con mucha frecuencia. No intentes nunca ver un rostro humano hasta que no hayas visto primero el rostro de Aquel que es nuestra luz y nuestro todo. Ora por tus semejantes. Ora por tus maestros y compañeros de estudio." A 
otro joven escribía: "Cuidado con la atmósfera de los autores clásicos, pues es en verdad perniciosa; y tú necesitas muchísimo, para contrarrestarla, el viento sur que se respira de las Escrituras. Es cierto que debemos conocerlos -pero de la misma manera que el químico experimenta con los tóxicos- para descubrir sus cualidades, y no para envenenar con ellos su sangre." Y añadía: "Ora para que el Espíritu Santo haga de ti no solamente un joven creyente y santo,- sino para que también te dé sabiduría en tus estudios. A veces un rayo de la luz divina que penetra el alma puede dar suficiente luz para aclarar maravillosamente un problema de matemáticas. La sonrisa de Dios calma el espíritu, y la diestra de Jesús levanta la cabeza del decaído, mientras que su Santo Espíritu aviva los efectos, de modo que aun los estudios naturales van un millón de veces mejor y más fácilmente". .. 
 
Las vacaciones para McCheyne, al igual que para sus íntimos amigos que permanecían en la ciudad, no eran consideradas como una cesación en cuanto a estudios se refiere. Una vez a la semana solían pasar una mañana juntos con el fin de estudiar algún punto de teología sistemática, así como para cambiar impresiones sobre lo que habían leído en privado. 
 
Un joven así, con facultades intelectuales tan poco comunes y a las que se unía además el amor al estudio y una memoria extremadamente profunda, fácilmente hubiera descollado en el plano de la erudición de no haber puesto en primer lugar, y como meta más importante, la tarea de salvar las almas. Todos los talentos que poseía los sometió a la obra de despertar a aquellos que estaban muertos en delitos y pecados. Preparó su alma para la terrible y solemne responsabilidad de predicar la Palabra de Dios, y esto lo hacía "con mu4a oración y profundo estudio de la Palabra de Dios; con disciplina personal; con grandes pruebas y dolorosas 
tentaciones; por la experiencia de la corrupción de la muerte en su propio corazón, y par el descubrimiento de la plena gracia del Salvador." Por experiencia podía decir: ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús! es el Hijo de Dios?" El día 1 de julio de 1835, Robert Murray McCheyne obtuvo la licencia de predicar por el presbiterio de Annan. Después de haber predicado por varios meses en diferentes lugares y dado evidencia de la peculiar dulzura con que la Palabra de Dios fluía de sus labios, McCkeyne vino a ser el ayudante del pastor John Bonar en las congregaciones unidas de Larbert y Dunipade, cerca de Stirling. En su predicación hacía partícipes a otros de su vida interior, como su alma a medida que crecía en la gracia y en el conocimiento del Señor y Salvador. Empezaba el día muy temprano cantando salmos al Señor. A esto seguía la lectura de la Palabra para propia santificación. En las cartas de Samuel Rutherford encontró una mina de riquezas espirituales. 
 
Entréotros libros de lectura favorita, figuraban: Llamamiento a los inconversos, de Ricardo Baxter, y la Vida de David Brainerd, de Jonatán Edwards. En noviembre de 1836 fue ordenado pastor en la iglesia de San Pedro, en Dundee. Permaneció como pastor de esta congregación hasta el día de su muerte. La ciudad de Dundee, como él mismo dejó escrito, "era una ciudad dada a la idolatría y de corazón duro". Pero no había nada en sus mensajes que buscase el agrado del hombre natural, pues lejos estaba de su corazón buscar el beneplácito de los inconversos. "Sí el evangelio agradara al hombre carnal, entonces dejaría de ser evangelio". Estaba profundamente perdido que la primera obra del Espíritu Santo en la salvación del pecador era la de producir convicción de pecado y la de traer al hombre a un estado de desesperación delante de 
Dios. "A menos que el hombre no sea puesto al nivel de su miseria y culpa, toda nuestra predicación será van solamente un corazón contrito puede recibir a un Cristo crucificado". Su predicación estaba caracterizada por un elemento de marcada urgencia y alarma. "Que Dios me ayude siempre a hablaros con claridad. Aun la vida de aquellos que viven m4s años es, en realidad, corta. Sin embargo, esta corta vida que Dios nos ha dado es suficiente para que busquemos el arrepentimiento y la conversión; pronto, muy pronto pasará. Cada día que pasa es como un paso más hacia el trono del juicio eterno. Ninguno de vosotros permanece quieto; quizá 
estás durmiendo; no importa, la marea del tiempo que pasa os está llevando más cerda de la muerte, del juicio y de la eternidad". 
 
A su profundo amor por las almas se sumaba una profunda sed de santidad de vida. Escribiendo a un compañero en el ministerio, decía: "Sobre todas las cosas cultiva tu propio espíritu. Tu propia alma debería ser el principal motivo de todos tus cuidados y desvelos. Más que los grandes talentos, Dios bendice a aquellos que reflejan la semejanza de Jesús en sus vidas. Un ministro santo es una arma terrible en las manos de Dios". McCheyne quizá predicó con más poder con su vida que con sus mensajes, y es que sabía bien, como nos dice su amigo Andrés Bonar, que "los ministros del Evangelio no sólo deben predicar fielmente, sino también vivir fielmente". 
 
Como pastor en Dundee, McCheyne introdujo importantes innovaciones en la congregación. Por aquel entonces las reuniones de oración, sino desconocidas, eran muy raras. McCheyne enseñó a los miembros la necesidad de congregarse cada jueves por la noche a fin de unir sus corazones en oración al Señor, y estudiar su Palabra. También destinaba otro día durante la semana para los jóvenes. Su ministerio entre los niños constituye la nota más brillante de su ministerio. 
 
A su celo por santidad de vida se añadía su afán por pureza de testimonio entre los miembros de su congregación. McCheyne era consciente de que la iglesia --como parte del cuerpo místico de Cristo debía manifestar la pureza y santidad de aquel que había muerto para ofrecer una iglesia santa y sin mancha al Padre. De ahí su celo por la observancia de disciplina en la congregación. Y así, en un culto de ordenación de ancianos, decía: "Al empezar mi ministerio entre vosotros yo era en extremo ignorante de la gran importancia que en la Iglesia de Cristo tiene la disciplina eclesiástica. Pensaba que mi único y gran objetivo en esta congregación era el de orar y predicar. Vuestras almas me parecían tan preciosas y el tiempo se me presentaba tan corto, que yo decidí dedicarme exclusivamente con todas mis fuerzas y con todo mi tiempo a 
la labor de evangelización -y doctrina. Siempre que ante mí y los ancianos de esta iglesia se nos presentaron casos de disciplina, yo los consideraba como dignos de aborrecimiento. Constituían una obligación ante la cual yo me encogía. Pero agradó al Señor, que enseña a sus siervos de una manera muy distinta que el hombre, bendecir -incluso don la conversión- algunos de los casos de disciplina a nuestro cuidado. Desde entonces una nueva luz se encendió en mí mente: me di cuenta de que no sólo la predicación era una ordenanza de Cristo, sino también el ejercicio de la disciplina eclesiástica." Mientras el vigor y fuerza espiritual de su alma alcanzaba una grandeza gigantesca, la salud física de McCheyne se veía mermada y debilitada a medida que transcurrían los días. A finales del año 1838, una violenta palpitación del corazón, ocasionada por sus arduas labores ministeriales obligaron al joven pastor a tomar un descanso. Y como sea que su convalecencia 
siguiera un ritmo muy lento, un grupo de pastores, reunidos en Edimburgo en la primavera de 1839, decidió invitar a McCheyne a que se uniera a una comisión de pastores que proyectaba ir a Palestina para estudiar las posibilidades misioneras de la Tierra Santa. Todos creían que tanto el clima como el viaje redundaría en beneficio de la salud del pastor. Desde un punto de vista espiritual, su estancia en Palestina constituyó una verdadera bendición para su alma. Visitar los lugares que habían sido escenario de la vida y obra del bendito Maestro, y pisar la misma tierra que un día pisara el varón de Dolores, fue una experiencia indescriptible para el joven pastor. Sin embargo, físicamente el estado de McCheyne no mejoró, antes por el contrario, parecía que su tabernáculo terrestre amenazaba un desmoronamiento total. Y así a últimos de julio de 1839, encontrándose la delegación misionera cerca de Esmirna, y ya en camino de regreso, McCheyne cayó gravemente enfermo. Cuando todo hacía pensar en una rápida muerte, el Señor extendió su mano sanadora, y el gran siervo del evangelio pudo por fin regresar a su amada Escocia y a su querido rebaño en Dundee. 
 
Durante su ausencia, el Espíritu Santo empezó a obrar un avivamiento maravilloso en Escocia. Este avivamiento empezó en Ki1syth, y bajo la predicación del joven pastor W. C. Burns, que había sustituido a McCheyne mientras durase su convalecencia. En un corto espacio de tiempo la fuerza del Espíritu Santo, que impulsaba el avivamiento, se dejó sentir en muchos lugares. En Dundee, donde los cultos se prolongaban hasta muy entrada la noche cada día de la semana, las conversiones fueron muy numerosas. Parecía como si toda la ciudad hubiera sido sacudida por el poder del Espíritu. 
 
En noviembre del mismo alío, McCheyne, mejorado ya de su enfermedad, regresó de nueva a su congregación. Los miembros de la iglesia de San Pedro desbordaban de gozo al ver de nuevo el rostro amado de su pastor. La iglesia registró un lleno absoluto, y mientras todos esperaban que McCheyne ocupase el púlpito, un silencio absoluto reinaba entre los allí congregados. Muchos miembros derramaron lagrimas de gratitud al ver de nuevo el rostro de su pastor. Pero al finalizar el culto, Y movidos por el poder de su predicación, muchos fueron los pecadores que derramaron lágrimas de arrepentimiento. 
 
El regreso de McCheyne a Dundee mareó un nuevo episodio en su ministerio y también en la iglesia escocesa. Parecía como si a partir de entonces el Señor se hubiera dispuesto a contestar las oraciones que el joven Pastor elevara al principio de su ministerio suplicando un avivamiento allí donde predicara McCheyne, el Espíritu añadía nuevas almas a la Iglesia. En la primavera de 1843, al regresar McCheyne de una serie de reuniones especiales en Aberdeenshire, cayó repentinamente enfermo. En este lugar había visitado a varios enfermos con fiebre infecciosa, y la constitución enfermiza y débil de McCheyne sucumbió al contagio de la 
misma. El día 25 de marzo de 1843 partió para estar con el Señor. 
 
"En todas partes donde llegaba la noticia de su muerte -escribió Bonar- el semblante de los creyentes se ensombrecía de tristeza. Quizá no haya habido otra muerte que impresionara tanto a los santos de Dios en Escocia domo la de este gran siervo de Dios que consagró toda su vida a la predicación del evangelio eterno. Con frecuencia solía decir: "Vívid de modo que un día se os eche de menos", y ninguno que hubiera visto las lagrimas que se vertieron con ocasión de su muerte habría dudado en afirmar que su vida había sido lo que él había recomendado a otros. No tenía más que veintinueve años cuando el Señor se lo llevó." "En el día del entierro cesaron todas las actividades en Dundee. Desde el domicilio fúnebre hasta el cementerio, todas las calles y ventanas estaban abarrotadas por un gran gentío. Muchas almas se dieron cuenta aquel día de que un príncipe de Israel había caído, mientras que muchos corazones indiferentes experimentaron una terrible angustia al contemplar el solemne espectáculo." 
 
"La tumba de Roberto McCheyne todavía puede verse en el rincón nordeste del cementerio que rodea la iglesia de San Pedro. Él se fue a las montañas de mirra y a las colinas de incienso, hasta que apunte el día y huyan las sombras. Terminó su obra. Su Padre celestial no tenía ya para él otra planta para regar, ni otra vid para cuidar, y el Salvador, que tanto le amó en vida, ahora le esperaba con sus palabras de bienvenida: Bien, buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu Señor". 
 
El ministerio de Roberto McCheyne no terminó con su muerte. Sus mensajes y cartas, junto con su biografía, escrita por su amigo Andrés Bonar, han sido ricos medios de bendición para muchas almas' Al presentar esta edición de los MENSAJES DE McCHEYNE al lector evangélico español, es nuestra oración al Señor, se sirva de los mismos para la edificación del creyente y la conversión de muchos pecadores. 
 
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